Dr. Ángel Mariano Toro Miranda

Dr. Valentín Abecia  (*)
Demetrio Toro     (*)

El estudio biográfico de este personaje tiene un interés eminentemente histórico, porque no se limita a mostrar los méritos de un individuo que con más o menos títulos se recomienda a la gratitud de la posteridad, sino que revela el verdadero sentido de los hechos, manifiesta las tendencias de su época y fija el valor real de los acontecimientos  descorriendo el velo  de los secretos y generosos móviles que impulsaron a sus actores.
Es así como en la gloriosa revolución del 25 de mayo de 1.809, cuyos alcances se han contradicho aunque con ciega y apasionada obstinación, el estudio biográfico de Ángel Mariano Toro no deja la menor duda sobre el hecho de que los actores de aquel movimiento, se propusieron deliberada y secretamente la independencia de América.

Veamos algunas pruebas y tracemos a grandes rasgos la biografía de este patricio.
Descendiente de una antigua familia procedente de Lima que en el Siglo XVII y por motivos ignorados se retiró de la Ciudad de los Reyes, dividiéndose entre el Alto Perú y Chile.

Dr. Ángel Mariano Toro MIRANDA fue hijo legítimo de Don Ramón Toro y Doña Úrsula Miranda, habiendo nacido el año de 1.775. Desde que sus ascendientes se fijaron en Chuquisaca se mantuvieron constantemente extraños  al Comercio y  la Minería que en aquel entonces improvisaba tan grandes fortunas, contrayéndose con singular constancia al cultivo de las letras y graduándose ordinariamente Doctores en Teología y Leyes. Esta circunstancia explica talvez  el que Ángel Mariano Toro heredara a sus padres una biblioteca de más de 3.000 volúmenes, la más rica y probablemente la única en la época a que nos referimos.

A la muerte de su padre, heredó la Secretaría de Cámara de esta Real Audiencia que sus mayores habían comprado a la Corona de Castilla, que como todos los empleos esa usual vender en aquella época. La vasta jurisdicción de la Audiencia, única desde Lima a Buenos Aires y los cuantiosos intereses que se traían a sus estrados, debía proporcionar una crecida y saneada renta al oficio de la Secretaría de Cámara que desempeñaba nuestro personaje, con su segundo Don Manuel Sánchez de Velasco.

Hacia el año 1.807 parece que ya preocupaba el ánimo de algunos patriotas el pensamiento revolucionario, pues de esta fecha datan los compromisos de Toro, Lemoine, los Zudáñez y pocos más, formando un grupo de 7 individuos que alentaban secretamente el pensamiento de la Independencia, espiando la ocasión oportuna para hacerla estallar.

La prisión de Fernando VII y las turbulencias que fueron su consecuencia, animaron más a nuestros próceres que ensancharon su círculo con Fernández, Paredes, Arenales y otros y aún con varios individuos del pueblo, lanzando a la vez pasquines llenos del espíritu libertador que los animaba, único medio  por entonces de popularizar una idea en ausencia de la imprenta que aún era desconocida.

Entre las numerosas pruebas de este hecho y que constan de documentos y testificaciones coetáneas de aquella época y que verán la luz pública en la biografía de este personaje que con más extensión nos proponemos escribir, citaremos aquí una sola  completamente nueva: es la acusación fiscal con que se formó cabeza de proceso a Ángel Mariano Toro en 1.816 y dice así: “Señor Gobernador Intendente.- El Agente fiscal del crimen ha visto los cuatro cuadernos  en fojas 57, fojas 135, fojas 4 y fojas 5 que se han formado con el resultado de culpabilidad, contra el prófugo Ángel Mariano Toro; que aunque en ellas directamente no se trata de otro crimen que el que cometió como Ministro Tesorero, se convence su adhesión a la causa inicua de los revolucionarios del Río de La Plata, con operaciones bastantemente bien manifestadas, por hechos públicos y notorios sin interrupción, y con anticipación al día veinticinco de mayo de ochocientos nueve”

Bastaría esta sola aprueba para dejar sentado este postulado precedente: nuestros revolucionarios de mayo meditaban la libertad aún antes de 1.809.

Todos saben cómo se produjo aquel primer movimiento a que sirvió de pretexto la prisión de Zudáñez, y el resultado  que se obtuvo en aquella noche del 25 de mayo.

Aquí tiene principio aquella serie de padecimientos sufridos por Toro y los demás patricios fundadores de nuestra independencia; padecimientos  no interrumpidos ya durante toda su vida, ni compensados después por la República. Cuando en 1.810 el Presidente Don Vicente Nieto que sucedió a Pizarro se apoderó de Chuquisaca, Ángel Mariano Toro, Lemoine, Arenales y muchos otros fueron sujetos a estrecha prisión junto con los Ministros de la Real Audiencia el 11 de febrero de aquel año; procediéndose en aquel entonces a la organización de multitud de procesos de los que 170 fueron remitidos originales a Buenos Aires, entre los que existen documentos  y revelaciones de mucho interés, que no conocemos sino por un índice que tenemos a la vista.

Don Manuel Tardío de Agorreta del Consejo de Su Majestad procedió al secuestro de los bienes de Toro, confiscándole su biblioteca, su casa y muebles y en fin cuanto poseía aplicándolo  a la Real Caja.

La aproximación del ejército de Valcarce por el sur, obligó a Nieto a ponerlo en libertad dirigiéndose con todas sus tropas a Cotagaita . El triunfo de Valcarce en Suipacha  acaecido en 7 de noviembre de 1.810 fue la señal del pronunciamiento de Potosí: que tres días después secundó el movimiento.

En cuanto Nieto dejó a Chuquisaca, el pueblo revolucionado nuevamente había nombrado a Toro Regidor de la ciudad, devolviéndole además todos sus bienes confiscados durante su prisión. En la organización del nuevo gobierno, con la llegada de Castelli, obtuvo el cargo de Ministro Tesorero, cargo que desempeñó hasta que sabido el desastre del  Desaguadero, hubo de acogerse a la retirada del ejército, emigrando a las Provincias argentinas, a que fue formando parte de los voluntarios que en cuatro compañías se organizaron  en esta ciudad, con objeto de cubrir la retaguardia de Castelli.

Desempeñó honoríficas comisiones en el ejército argentino , y funciones de distinto género  a que fue sucesivamente destinado. Encargado posteriormente de la conducción de algunos prisioneros de mucha importancia tomados al Ejército Real de Lima, y que debían canjearse con oficiales patriotas en las fronteras del Alto Perú, vino con ellos y una pequeña fracción del ejército a unirse con Belgrano en Salta, de donde entró otra vez a su patria con el ejército que en 1.813 condujo este General.

Entre tanto que en las Provincias del Río de La Plata ceñía sus sienes con los laureles de Tucumán, Salta y el Río de las Piedras, Ángel Mariano Toro era el objeto de las más inicuas persecuciones en Chuquisaca, donde sus enemigos se cebaron contra su honor, sus bienes y su desamparada familia que fue obligada a mendigar el sustento, habiéndosele arrebatado hasta los vestidos.

Su esposa Doña Manuela Jiménez, rodeada de sus cuatro hijos de los que el mayor llegaba apenas a 9 años tubo que recurrir a la caridad pública para procurarse el sustento, durante los dos años de emigración de su marido.

A su regreso con el General Belgrano, rehusó volver al desempeño de su cargo de Ministro Tesorero por mucho que fuera instado, aplicándose principalmente a vindicar su honor mancillado con las imputaciones calumniosas de Don Feliciano del Corte; lo que consiguió con una sentencia altamente honorífica.

Empero muy poco debía permanecer Toro en el seno de su patria, en una época en que de los azares de la guerra dependían el destino de los hombres y de las cosas. El desastre de Vilcapucyo que entregaba otra vez el Alto Perú a la rabia de sus tiranos le obligó a una segunda emigración a las Provincias argentinas, a donde se condujo precipitadamente con su mujer é hijos para evitarles nuevas persecuciones y una segura muerte que les esperaba en Chuquisaca. Por entonces el Gobierno de Buenos Aires había pedido sus representantes a las Provincias del Alto Perú, y el Dr. Ángel Mariano Toro fue nombrado Diputado por la ciudad de La Plata en unión del Dr. Mariano Serrano. Su segunda emigración tuvo este doble objeto.

Don Joaquín de la Pezuela había perseguido muy de cerca al ejército patriota y los emigrados hasta el campamento de Cobos de donde le fue difícil pasar adelante.  Debilitado por la división que mandó a Santa Cruz de la Sierra en persecución de Arenales, vio con espanto levantarse todo el Alto Perú iniciando aquella guerra de cuadrillas que tan funesta debía ser a la Corona de Castilla; es por entonces que aparecieron los Padilla, Camargo, Esteban Fernández, Zárate, Lanza, Rojas y Betanzos. Para dominar tan formidable levantamiento que amenazaba cortarle la retirada, regresó precipitadamente a Cotagaita, siendo destinado el Mariscal de Campo Don Miguel Tacón a guarnecer Chuquisaca con un fuerte destacamento.

Agotados todos los bienes de la familia Toro; emigrada ella misma a Buenos Aires, parece que podría colmarse la saña de sus perseguidores, mas no fue así. Instruido Pezuela de que había conseguido vindicarse su juicio y había obtenido además el cargo honorífico de diputado a la primera Asamblea Constituyente, ordenó nuevas persecuciones contra él de que se encargó el Mariscal Tacón llevándolas a cabo con feroz constancia. Ordenó la venta en subasta de sus últimos bienes que se habían secuestrado, y organizó un juicio criminal que terminó por la sentencia de muerte pronunciada por Don José Pascual de Vivero Gobernador Intendente de Charcas.

Aun quedaba a Toro un pequeño resto de su perdida fortuna consistente en alhajas y utensilios de oro y plata entregadas en depósito confidencial y secreto a la Madre Abadesa del Monasterio de Remedios de esta ciudad. No obstante el misterioso secreto de este depósito, fue conocido por Tacón que se apoderó de él violenta y coercitivamente y ordenó su venta.

La hilación de los acontecimientos nos lleva a otro teatro que aunque ajeno de las odiosas persecuciones de la tiranía no lo está menos de las mas inevitables aun de la desgracia.

La Asamblea convocada a Buenos Aires abrió sus sesiones en Tucumán, donde se distinguieron en primera línea nuestros representantes de Chuquisaca, no solamente por su firmeza en los principios liberales, sino también por una ilustración poco común en aquella época.

Poco después de la declaratoria de Independencia que promulgó entre los aplausos populares mas entusiastas, cerró sus sesiones, atenta la inminencia de la guerra civil.

Vuelto a la vida privada nuestro personaje en una época en que las disensiones políticas empezaban a agitarse en aquella República, no quiso tomar parte en la guerra civil que amenazaba desolarla, buscando el sustento para su numerosa familia por el trabajo honrado. Por aquella época su hijo Manuel había alcanzado ya en el ejército argentino el alto grado de Coronel, iniciando su carrera con las victorias de Tucumán y Salta a las órdenes de Belgrano; siguió a éste a Vilcapucyo  y Ayuma a Rondeaú  en su expedición que concluyó en Sipesipe, y La Madrid en sus campañas sobre Tarija y Chuquisaca.

Ángel Mariano Toro recurrió a todos los medios posibles para sustentar su numerosa familia; pintor improvisado decoró varios templos como el de Santa Felícitas en Buenos Aires; se hizo truquero en Catamarca, tomando después a su cargo la gerencia del Villar de Don Gregorio Segura; desempeñó el cargo de secretario de la Municipalidad de esa ciudad, que luego hubo de dejar por razones  del servicio público; abogó en distintas ciudades , y en fin llegado a una edad avanzada en que no le era posible tomar una parte activa en las operaciones de la guerra, ni casi procurarse el medio de subsistir, apuró una a una todas las amarguras del destierro y de la miseria, sin proferir una sola queja, y orgulloso mas bien de haber consagrado su vida, su fortuna y su reposo a la santa causa de la independencia americana.

Después de la memorable batalla de Ayacucho muchas familias Alto Peruanas regresaron a sus hogares y con ellas volvió de la emigración Ángel Mariano Toro con la suya después de 11 años de una penosa peregrinación. Se creería que iban a enjugarse las lágrimas del proscrito y recompensarse los sacrificios del patriota; pero en ese largo transcurso de tiempo todo había cambiado.

Personajes de equívoca conducta o desafectos a los más ilustres patriotas, ocupaban los puestos  públicos y las primeras escalas de la sociedad nueva, siendo vanas las justas quejas de los invictos proscritos. Lemoine apenas si había conseguido y por poco tiempo la administración de correos de Sucre; Serrano tuvo que seguir un largo litigio para vindicar su nombre de odiosas imputaciones, y Toro no solo que no fue tampoco atendido en sus justas reclamaciones, sino que tuvo que iniciar nueva causa para vindicarse de los calumniosos cargos  que ya había destruido en 1.812 por una sentencia honorífica y absolutoria.

Obtuvo en fin nueva sentencia de desagravio para su nombre, y como si los mas vehementes anhelos de su vida estuviesen cumplidos, con la consagración de la libertad de su país, se dedicó con nuevo aliento a las labores del porvenir, olvidando la ingratitud de sus conciudadanos; prestó servicios importantes al pueblo de Padilla; puso los fundamentos de la Biblioteca Pública de Sucre, ordenando los archivos y legándole documentos y libros, y desempeñó otras funciones ad honorem con rectitud y probidad.

De las distintas y fundadas reclamaciones que dirigió al Gobierno del General Sucre y al Congreso Nacional, no obtuvo sino menciones honoríficas, manteniéndose entre tanto en la posesión de sus bienes, aquellos mismos que los habían detentado bajo el gobierno español; con público escándalo, y no obstante el decidido apoyo que le prestara el Gran Mariscal de Ayacucho. Abatido en fin su espíritu y llegado a una edad muy avanzada se retiró a la vida doméstica: consagrando sus últimos días a la agricultura y formó con su personal esfuerzo una extensa huerta en su finca de Poroma que le había sido dada su parte por su oficio de Secretario de Cámara y parte vendida. Una noche, una excepcional creciente de la quebrada asoló en pocas horas aquella última propiedad que le quedaba sin dejar ni los vestigios de su trabajo de tantos años. Contrariado con este nuevo accidente se restituyó a Sucre en 1.850 en que murió bendiciendo a sus hijos a quienes legaba una patria libre y un nombre honroso que había sabido conquistar con sus generosos sacrificios en la Revolución.   

(*) Es copia del manuscrito dirigido a Don Valentín Abecia el 11 de mayo de 1.891 por el Dr. Demetrio Toro,
bisnieto del Dr. Ángel Mariano Toro.
Este trabajo es  presentado por Gustavo Antonio Barrero Toro bisnieto del Dr. Demetrio Toro.